jueves, julio 12, 2007


Jueves, tranquilo, híbrido quizás.
Frío, de a ratos desolado.
Espero en el pasillo a que se abra esa puerta amarilla olvidada
que contiene a ese que hoy me escucha, me observa, me descifra, me analiza, me comprende.
Ese que hace lo que suelo hacer yo, con los demás.
Y la sensación es ambigua, alguien tan analítico sabe qué pensar, qué esperar.
Y yo creo entender qué ve en mí.
Y es como un juego extraño, y me gusta.
Él hace muecas de complicidad implícita, y yo las devuelvo sin explicitar también.
Pero antes, en el laberinto con salida que antecede a la puerta, otros monstruos personas, esperan. Como yo.
E irremediablemente se interponen las miradas, de unos a otros.
Y yo busco encontrarles el porqué, el motivo, la razón, que los hace sentarse ahí, unirse en mi misma espera.
Y les invento un poco la vida, se las pincelo.
Cada uno lleva consigo un reflejo, del que yo extraigo la copia infiel, seguramente.
Me invaden los interrogantes, los sigo mirando/buscando/leyendo.
Y me pregunto, qué hallarán ellos en mí, qué verán al verme.
A qué historia les remontarán mis ojos.



Y ya no sé, qué me intriga más.